lunes, 27 de septiembre de 2010

Héctor y Roma 2

Capítulo II (Roma)
Querido hermano de la noche, el desvelo nos puso en la misma senda, y el desvelo hará de guía en nuestros días de ojos cansados… aquí araño este pedazo de servilleta y grabo así mi historia, en esta carta que te envío.

Era otra de esas tardes insípidas donde transcurre la más hermosa de mis anécdotas, con un ser bastante agradable. Coincidimos como si los astros emparejasen ángulos imposibles, bajo la luna boscosa que contorneaba la figura de los sauces llorones. En la ciudad de las mil fantasías. Fue tan simple la conexión que especulaba con las posibilidades de los sueños perpetuos, noche en la que al levantarme solo encontraría los restos de una pasión única pegados en el terciopelo que me cobijaba; si, explayados en un segundo paralelo en el cual se pierde el instinto dominante y cada bocanada de aire es fruto del placer.

Como es costumbre en mi, poco recuerdo de su nombre, más bien nada, la conocí por el apodo “rubí”, lo era, tal vez por los rojizos bucles que enmarcaban el brillo de su mirada, con los que jugaba de manera tentadora con sus dedos. Levitaba en su cuello una esencia aromática capaz de aletargar al mismísimo Ares. Narrada en fábulas estaba mi razón sobre su esplendor, aquel rostro tallado en la pasión declaraba en el destello de dos pupilas el conjunto emocional que a través de vocablos no pude expresar, la sutileza con la cual se dirigía a este futuro encadenado de sus gemidos, hacían que la vida no tuviese razón alguna, y que la mía solo deparase su rastro.
Pero comencemos por el principio.
Silencioso atardecer, observo distraído el reloj, sin pensarlo, mareo las agujas que en trescientos sesenta grados simplifican su rutinaria función. No había planeado nada, ni nadie sabía que estaba allí, y sin camino me dispuse a salir en busca de algo que llenase el inmenso vacío entre mis versos.
El agua alejaba la impureza que me perseguía sin cesar, un maleficio para una mejor comprensión. Intenté adecuar mi vestimenta al día que me había acompañado; algo simple, compuesto por camiseta gris de algodón, vaqueros Levi´s que heredé del pasado y unas zapatillas que cualquier humano pensaría que fueron roídas por la nocturna oscuridad. Con dos gotas de una pequeña muestra de perfumes por collar, apresuré mi huida de aquella habitación pulida en aromas inmutables, procedentes de los lienzos recién torturados, rápidamente y sin olvidar las llaves de la habitación bajé en un ascensor maquillado con tapices dorados, cuyas huellas no existían ni de manchas se apropiaba, enfundadas en cristal fino las paredes, mientras que el rojo amargo disimulaba el anárquico estado de mi calzado.
Caminé hacia la salida, pasando por la recepción, donde Julia desarmaba el ritmo de mis pasos con un ligero pestañear.

- Buenas noches, no quisiese causar molestia alguna con estas palabras, pero sus ojos hablan y los míos suelen interpretar. Es una lástima que tenga el placer de conocerla dentro de su trabajo y no en cualquier sitio ocurrente o inusual, me limitare a decir adiós y volver en unas horas, deseando haber encontrado al fin el misterio de estas paredes.


Con una sonrisa tímida como respuesta, tan solo las palabras dichas provocaron su sonrojo, y en mi la oportunidad de descifrar sus virtudes. Al fin estaba lo suficientemente animado como para adentrarme en la oscuridad embaucadora, pernoctando en copas y filosofía extranjera, sin meta alguna pero con una clara intención, alimentar a un corazón hambriento de sensaciones, que desde hace cinco días no suele respirar con normalidad.
Crucé la agrietada vía, cual formaba civilizaciones en sus escondrijos, y bajo un telón nuboso arrastré mis pies por baldosas vacías. Abrí la puerta de un acogedor vestíbulo de madera, sofás curtidos en piel animal y una barra en la esquina, era el primer fotograma que recibía de ese sitio, el parquet de cedro fino monotonizaba la acústica de mis pasos, mil velas colgaban de su cielo.
Me detuve, simplemente para observar quien disfrutaba del fervor melancólico de una insípida noche; y allí la contemple, en el extremo del bar, divagando lo que sonetos intuí, inhalando sutilmente el humo que de su mano se desplegaba, tan firme, tan bella que ni mis párpados podrían ocultar este alma eclipsada.

Fascinado dejé caer mi codo sobre la tarima, esperando que un leve giro de su cabeza instalase su prisma en este aprendiz bohemio. Oía un eco a lo lejos, se hacía más constante por momentos, con un decidido impulso incliné mi medula hacia la derecha, donde el camarero me interrogaba.
- ¿Desea algo señor?
- Oh sí, muchas gracias, un martini bianco con extractos de “virgen”.

Hacia tiempo ya desde mi último Martini, el recuerdo que tengo de él es delicadamente agradable.
Pero continuo anonadado, inmerso en sus frívolos labios de actitud inerte, perdido en la sombra que sus imponentes y delicadas manos dibujan en mi cerebro... y sin tiempo para imaginar, observé su cabello balancearse, desenredarse sobre sí mismo, dando respuestas a mis porqués. Inocentemente su mirada gira de nuevo y pierde a la mía, naufragan en la odisea prohibida que soñé escribiendo poemas. Contemplo, sumido en sus nebulosas esmeralda, provocando el destello más hermoso que resplandece dentro de mi ser; y ella, tan sublime como mágica, me regaló un gesto dedicado, una caricia en un rostro venerado por mis dioses, me dio todo cuanto pedía, le dio la buenaventura a mi impuro fantasear.
- Aquí tiene caballero...- oía mientras me alejaba de este mundo despreciable, a solas con ella y un mar de besos por dar. Pero desperté, tome la copa y di las gracias cordialmente mientras seguía postrado en la barra. Al volverme para contemplarla izo acto mi acostumbrada desdicha… lloraba la marca que su copa plasmó en la mesa. Amplié mi visión para observar si tras la ventana la podría encontrar, pero solo veía el baile de los arboles, cuando sin esperarlo noté un cálido desliz por mi hombro, volteé mi cabeza nuevamente, ya estaba casi mareado, y la observé, acariciaba con sus manos mi sensibilidad, rayando mi consciencia con premeditación.
Sin evocar en mi instante la osadía que perpetraba en su juego, condújome su frescura hasta el laberinto que entrañaba, guiado por mi incondicional impulso, y así acabar descubriendola frente a frente en la desnudez de la pasión.
- Disculpe si discrepo, o si embriago mi corazón de lágrimas dulces, perdone señorita, pero es cuanto ansío contemplar en esta solitaria luna. No sé cómo, ni tengo un porque para describirlo, sería igual que preguntarme el motivo que me hizo atravesar esa puerta… realmente no tiene palabras. Pero sé que me hace estar frente a usted, ese cosquilleo que recorre todavía mi brazo, los pétalos que dejó caer al caminar, el enigma que posee, y esos ojos; transparentes de secretos, puros, tan intrigantes como seductores, reyes de constelaciones y portal a su alma.
Dijo nada, sin parpadear, continuaba mirándome como la contemplaba yo al igual, note su pulsación en aumento y sus delicadas manos humedeciéndose por la situación, pero seguía sin hablar, ni un músculo inmutaba. Sus ojos susurraban un párrafo de irrealidad continua, haciéndonos protagonistas de esos veinte centímetros que nos distanciaban; y sin otra razón a la cual contestar me sonrió, regalándome el más simple gesto que pudo ofrecerme, único y vivo el deseo de compartir conmigo sus momentos.
- ¿Suele dejar sin palabras a la gente o seré privilegiada de encontrarlo sin previo aviso? Le veo solo e incomodo, acompañando al barman, disimulando su vista absorta en algún lugar, ¿Por qué no hacer de esta noche algo inusual, me acompañaría si no le molesta?
- Molestia sentiría el hombre de la barra al observar que mi fortuna es similar a su desdicha, honor es el mío al poder consumirme en su resplandor.
Ya era mía y así, sin más inverosímiles balbuceos que añadir, pagué al chico de la barra y con un guiño me perpetué como Don Juan, como artista del arte, como prestidigitador abduce entre artimañas a niños, y fui crupier de su fortuna, era yo quien hacía de la noche el día, a quien cronos cedía en la osadía; y fue así como afrodita se enamoró de una vago disfraz de enigma. Huella de mis huellas, y sombra de mis sombras me siguió embelesada hasta llegar al Nirvana.




Allí donde llevábamos a nuestras musas y futuras víctimas de nuestros placeres carnales, insaciables, lujuriosos y un tanto majestuosos, éramos semidioses de la alcoba, se nos conocía en toda la calle Rudmon por nuestras tretas literarias y argucias que nos facilitaban la conquista de aquellas muchachas soñadoras, las más bonitas quizás que se pudiesen ver por allí. Algunas a la tarde incluso preguntaban por nosotros en el bar, donde Fred, camarero y amigo nuestro respondía con decisión que la noche pasada era la primera vez que nos había visto. Y así pasaban los días, incluso convertimos aquello en un juego, donde Héctor y yo cada mañana nos sentábamos en la cafetería del hostal poormoon, de la avenida principal de la capital, para tomar un café con los deliciosos croissants de chocolate que preparaban, cada uno sumido en su suntuosa fantasía, decorábamos con sutiles palabras y abstractas metáforas, lo que había sido una romántica y pasional noche con nuestras pupilas del amor.

V.Reyes/M. Birlangeri
Al menos nuestra locura es sana ;)un abrazo

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