lunes, 27 de septiembre de 2010

Héctor y Roma 3

CHAPTER III (se conocen)
Admirado Héctor no recuerdo con exactitud esa noche en la que nos conocimos, y no sé donde pisaría hoy si esa luna no existiese; es como secuencias fugaces que no logro encajar con destreza.
Derruido a orillas del Senna, sin más que la sombra del banco y un vino palpablemente fósil, añejo, o avinagrado, carece de importancia ya que Francesca no está para dotarme de su hábil sensualidad matutina, y esplendor sexual casi adolescente.
Indescriptiblemente ebrio palpé el bolsillo derecho de mi pantalón, y encontrando en él un arrugado papel y los restos de un lápiz que solía masticar cada mañana, me convencí que lo mejor sería descargarme en palabras. Pero mi intención fue repentinamente perturbada; las ganas de descargar los despojos provenientes de mi vejiga se imponían ante cualquier contradicción.
Dejé de ser el decorado de aquel penoso banco a la orilla del rio, y aunque lo que realmente quería era mear en lo más próximo que se pareciese a un árbol, no me preguntes porque, pero mi samba nocturna dobló la calle, y ahí, en ese incomodo sitio de reposo murieron las palabras que no di a luz.
Seguí a mi ritmo, guiado por ambulancias que iluminaban a lo lejos, envuelto en humo de “Parissiene” , una asquerosa niebla amarga que droga las bacterias que me persiguen, ¿qué parte retrasada de mí me habrá llevado a comprar tabaco negro?, seguramente la que me lleva a caminar por inercia. Hace diez minutos que recorro el asfalto sinuoso, y aún sin eliminar la esencia agria que mis riñones destilaron, me detuve, inmóvil bajo una luz, vi que nadie deambulaba en el horizonte, y con un leve movimiento le di la bienvenida a mi aparato reproductor. Los instantes previos al despliegue de tal manantial son verdaderamente intensos. Después, un placer casi orgásmico fluye por mis órganos que hacen perfecto el momento.
Alcé mis parpados, y en mi reducida visión contemplé el pavor, una masa uniforme de dos metros de altura y con un palo extremadamente grande se aproximaba hacia mí. Es ahí cuando me doy cuenta que el señor pene estaba dando una función justo enfrente de un prestigioso café-bar.
Prácticamente desnudo y sonriendo de horror corrí calle arriba, me impulsé como si un reptil propio de circo me persiguiese, si, un lagarto de dos metros vestido de cocinera. Luego no sé muy bien que fue lo sucedido, recorrí unas cinco calles sin aire, con la asfixia del cigarro que todavía colgaba de mi mano, el mundo se tambaleó como si un terremoto desviara mi eje, perdí la noción de espacio, tiempo, realidad y pudor, y en el último suspiro antes de desvanecer, en aquel vacío callejón, recreé en mis pupilas una silueta…
-¿Estás bien?
“¿De quién será aquella sombra?, no noto dolor físico, por lo cual el cocinero se dio por vencido en la búsqueda, gracias le doy a Baco por concederme unos pasos más y así ocultarme de aquella bola que goteaba grasa animal, pero… ¿porqué me perseguía?, mal momento para recordarlo, rodeado de cucarachas y jeringuillas solo pido que el ángel supremo venga en mi auxilio.”
- Disculpe, ¿se encuentra bien?
- ¿Quién habla, un ángel?
“estoy vivo, pero estos insectos pretenden devorar mi sistema digestivo y emborracharse en mi sangre coagulada…”
- ¿Ángel?, No hay ninguno por esta zona, las putas ya se acostaron, vengo de hacerles una visita y aquí estoy, procesando sus delirios. Dame la mano que te ayudo a levantarte.
- ¡Ho, qué amable!, ¿no serás cocinero por casualidad, no?, porque si lo fueses estaría ante un verdadero peligro… ¡uf, que mareo! No puedo ni descifrar tu rostro.
- ¿cocinero?, jajaja, ojalá mi futuro fuese tan valorado como para permitirme ocupar el tiempo en las artes gastronómicas.
Tendí mi mano y el ruido de mis huesos golpeó contra las paredes, con una presión tan solo comparable a la de mi cabeza, sentí que la sangre no formaba parte del extremo de mi brazo. Una licuadora de ochenta kilos, eso era mientras me despegaba de La Tierra, sentí la gravitatoria fuerza del estomago impulsando hacia la tráquea la materia gris que contenía en el mismísimo aparato interno; y por más que quisiese darle las eternas gracias a aquel sujeto, no pude.
Arrastré mi inválido físico hacia el muro más cercano, extendí mis manos contra él, como si un par de voluptuosas tetas fuese, y con la mente en blanco mi sobredosis me embarró la boca de un fluido morado, algo espeso y de agrio sabor.
Pobre humano el que contemplaba mi ritual… no merecía aquello después de haber saboreado con su lengua, y palpado con sus dedos la estructura sexual de un par de prostitutas, exóticas e inaccesibles para estos bolsillos agujereados de tanto buscar.
Otra vez soy complacido por su natural caridad, entregándome un pañuelo de textil japonés, en el que bordada estaba la frase “punto G”, algo desconcertado acepte su ayuda sin dar nada a cambio.
“quizá este personaje sea el violador de ancianas que tras un mes de intensa búsqueda, la policía no pudo encontrar, no lo recrimino, cada uno posee sus gustos, aunque de serlo me enfrentaría a un desequilibrado, depravado sexual, maltratado por su hermana y acosado por su abuela, me enfrentaré…”
- ¿Ya estás mejor? Una gran demostración de lo que llamamos alcoholismo.
“no creo que sea esa clase de monstruo, seguramente lo dejó su novia y salió a despejar a su amiguito, terminando su trayecto en la cama redonda de ciertas tailandesas de pago”
- Si, gracias, aunque tendrás que incinerar el trapo que te devuelvo, no creo que nadie ose de valentía ni de ganas necesarias, como para sacudirse la nariz en él.
- Eso no importa, fue un regalo de la reina y esclava posesa de mis pericias manuales, prisionera furtiva de todo pensamiento explícito. Fue tanto que la tuve entre mis brazos, la quise, y de tanto quererla terminé por odiarla… ¡Maldita perra! Profanadora de corazones.
“Un momento, él también lleva consigo el don de las sustancias prohibidas. Acabo de darme cuenta, de sus nudillos chorrea la espesa niebla perfecta, con un aroma capaz de revelar las paganas historias en las que se sumergía cada noche.
- No hay delirio capaz de sosegar el vacío dejado por una mujer, quizás una botella de vino ahogue cuantas respuestas pretendamos buscar…
- Perdón, no nos hemos presentado aún, yo soy Héctor

V.Reyes/M. Birlangeri
Al menos nuestra locura es sana ;)un abrazo

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